Contenido

La presencia que habita en las aguas

Aunque no lo crean!

Página: 1/2

Mi nombre es Julián, y hoy quiero contarles una historia que me ha acompañado toda la vida, una historia que, aunque difícil de creer, les aseguro, ocurrió hace muchos años en un pequeño rincón de Antioquia, en Santuario. En aquellos tiempos, el pueblo no era más que un puñado de casitas dispersas entre las montañas, rodeado de ríos y quebradas que parecían cobrar vida propia bajo el manto de la niebla. Fue en uno de esos días, entre la bruma y el murmullo del agua, que sucedió algo que cambió nuestra percepción de ese lugar para siempre.


Era la década del 40. Mis abuelos solían decir que el agua, en aquellas montañas, tenía un poder que no debíamos subestimar. No eran pocos los que hablaban de seres invisibles que habitaban los ríos, guardianes que castigaban a quienes osaban perturbar la calma de las corrientes. En mi juventud, me reía de esas historias. Pensaba que no eran más que cuentos para asustar a los niños, pero lo que vi una tarde de octubre me dejó claro que aquellos relatos tenían más verdad de la que podía imaginar.

Había llovido sin parar durante semanas. Los caminos se volvieron lodazales y los ríos comenzaron a desbordarse. Fue entonces cuando escuchamos que una de las quebradas, la Quebrada del Silencio —un nombre que siempre me resultó inquietante—, había cambiado su curso. La gente del pueblo decía que algo extraño pasaba en la montaña, pero nadie se atrevía a ir a investigar. Un grupo de jóvenes, entre ellos yo, decidimos ir a ver por nosotros mismos lo que estaba ocurriendo. Llevábamos antorchas y machetes, confiados en que sólo sería un desvío causado por la lluvia.

Cuando llegamos a la quebrada, el ambiente era diferente. No era solo la oscuridad que caía con la noche, ni el sonido del agua chocando contra las rocas. Era algo más. Un silencio abrumador, como si la misma naturaleza hubiese detenido su aliento para observarnos. Mientras avanzábamos, algo nos llamó la atención: en la orilla del río había un árbol viejo, con raíces que parecían retorcerse en el agua como si estuvieran vivas. Nadie lo había notado antes. Me acerqué para verlo de cerca, y fue entonces cuando lo sentí... una presencia, algo inexplicable que emanaba del río. Mis compañeros, al sentir lo mismo, se quedaron inmóviles. El agua empezó a agitarse, como si algo debajo de la superficie se moviera, una sombra que se deslizaba en las profundidades, haciendo que la corriente cambiara de dirección, como si obedeciera una voluntad propia.


Próximo (2/2)

La única manera de lograr lo imposible es creer que es posible.
Richard Bach